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En el vendaval, bajo el alto cielo, los simios aúllan Una brisa susurra, ligera, entre los juncos;
su tristeza;
Sobre el islote límpido de arenas claras, un pájaro
con su vuelo traza un círculo.
Muy lejos, los árboles dejan caer sus hojas
que silban al viento;
El Gran Río, sin tregua, arrastra hasta mí sus olas.
A mil estadios de los míos, me inclino a sollozar
sobre el otoño, y el exilio me parece eterno;
Toda mi vida he padecido enfermedades; apenas
ahora subo a esta terraza.
Tengo más pesares y tormentos que cabellos sobre
mis encanecidas sienes;
Humillado, bueno para nada, he renunciado
a las copas de vino turbio.
Abro la puerta: una lluvia de luna inunda el lago.
Los barqueros y los pájaros de las aguas sueñan
juntos;
Los grandes peces huyen como rápidas raposas.
En esta noche profunda cuando los hombres y las cosas
se ignoran,
Sólo mi cuerpo y mi sombra se divierten juntos.
El oleaje nocturno dibuja versos de arenas en
las orillas;
La luna que cae cuelga de los sauces como
una araña suspendida.
En esta vida de paso agitado, en medio del tráfago
del mundo,
Una imagen etérea pasa a veces delante de nuestros
ojos, pero ¡cuán fugitiva!
El canto repentino del gallo, el sonido lejano de una
campana:
los pájaros se dispersan.
Oigo los tambores de los pescadores que pactan
el regreso.
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